La milonga es en Argentina un ritmo musical, un lugar al que se va a bailar el tango, y es una fiesta, una cantinela. Una voz que resuena desde aquella orilla con arrastre y cadencia de poesía popular, callejera. La milonga se ha prendido al corazón del flamenco y desde entonces, también habla con su acento. En su idioma. Con su lengua. Como el río que la ha visto nacer y que le ha dado salida al mar y al mundo, La Milonga viene de aquel otro sur para ser fiesta, poesía y orilla. Por eso, como las aguas de un río que van y vienen, como las músicas de ida y de vuelta, La Milonga es un punto de encuentro. Un lugar en el mapa, pero sobre todo, un pedazo de aquí y de allí .Sin importar dónde queda cada cosa. 

La Milonga, como todo nacimiento, está atada a una celebración. Porque un espacio que se abre, un lugar que se inventa es una fiesta. Es una ronda alrededor del fuego, un refugio donde canta un corazón.  El tablao es una suerte de custodio de los rituales flamencos. Un centinela. Guarda secretamente en sus rincones cada sonido, vigila celosamente las músicas que lo sostienen y cada latigazo en el aire que dan los cuerpos cuando bailan. La Milonga celebra cada noche la riqueza profunda de ese flamenco que deja cuidarse en los tablaos, pero también aquel que se nombra en las calles, en las casas y en lo que todavía no sabemos acerca de él. En lo que está por venir.